Pedirte, Señor, un corazón limpio es pedirte un corazón de niño. Porque los niños son puros y limpios. Sus actos no están cargados de malas intenciones. Llevan la inocencia de la limpieza y pureza. No han tenido todavía tiempo para contaminarse con el aire viciado del camino del mundo. Un corazón limpio como el de un niño es el corazon que yo, humildemente, quiero pedirte. Tal y como Tú nos lo propones hoy en el Evangelio.
Desde este rincón de oración-reflexiva y meditada, quiero, Señor, unido a todos los que se detengan en este lugar a hacer una parada en sus vidas, postrarme ante Ti y suplicarte con todas mis fuerzas ese corazón puro y limpio que Tú hoy nos propones. Un corazón de niño que se acerca a Ti sin defensas ni segundas intenciones, abierto a recibir tu Gracia.
Transforma, Señor, nuestros corazones en corazones que sepa recoger la verdad y desechar la mentira. Corazones que sepan cribar lo bueno de lo malo y que derramen bondad, verdad y justicia. Corazones revestidos y cargados de misericordia en el esfuerzo de imitar al Padre misericordioso. Corazones dispuestos a perdonar y a saber amar.
Corazones que entiendan que el amor no se esconde en una sonrisa, afecto o sentimientos, sino que es consecuencia de un compromiso en buscar y hacer el bien. Por todo ello, te pedimos, Señor, que regeneres nuestro corazones contaminados por el camino y el aire viciado de este mundo, transformándolos en corazones limpios, puros, inocentes y llenos de buenas intenciones como son los de los niños. Amén.