
Santa Teresa de Ávila
|
Dichoso el
corazón enamorado |
"Despojado de toda distracción y riqueza. Sólo desde la humildad de nuestro corazón, junto a María, llegará nuestra oración al PADRE".

Santa Teresa de Ávila
|
Dichoso el
corazón enamorado |

No pertenecemos a este mundo, pues esperamos llegar a ese mundo que Jesús, el Hijo de Dios, nos ha prometido y nos prepara un lugar tan extraordinario que no podemos imaginar. Pero, el camino no será fácil, nos lo ha estado diciendo en estos pasados días. Son caminos de Pascua y de Pasión. Como Él también tenemos nosotros que padecer y sufrir. Ha y muchos obstáculos que el mundo - este mundo - nos pone para que permanezcamos dormidos a la hora de abrirse esa puerta en la hora de nuestra llamada y, dormidos, perdamos la oportunidad de entrar.
La parábola que el Evangelio nos relata hoy de boca de Jesús nos lo expone muy claramente. Pidamos, pues, la Gracia de permanecer vigilantes mientras caminamos hacia esa puerta. Estemos preparados con nuestras alcuzas bien repletas de aceite para que, llamados por el Novio, acudamos prestos en el momento que se abra la puerta de nuestra hora final.
No nos resultará fácil permanecer vigilantes y preparados. Este mundo donde permanecemos y por el que caminamos hacia el que nos invita Jesús, quiere retenernos y nos seduce con muchas tentaciones que nos distraen y nos entretienen despistándonos hasta adormecernos cuando la puerta de nuestra vida se abra. Tengamos el coraje y la fortaleza de estar siempre vigilantes y atentos y para ello imploremos siempre al Espíritu Santo para que nos dé fortaleza, sabiduría y paz. De modo que, este mundo, no nos distraiga ni nos adormece cuando el Novio abra la puerta y nos llame.

Creador sempiterno de
las cosas,
Que gobiernas las noches y los días,
Y alternando la luz y las tinieblas
Alivias el cansancio de la vida.
Invocando a la luz desde las sombras
El heraldo del sol alza sus voces:
Nocturna claridad de los viajeros,
Que separa la noche de la noche.
Al oírlo el lucero se levanta
Y borra al fin la obscuridad del aire,
Con lo cual el tropel de los espíritus
Malignos pone fin a sus maldades.
Con esta voz que al nauta reanima
Las olas del océano se calman,
Con esta voz hasta la misma piedra
De la Iglesia se acuerda de su falta.
El gallo canta y llama a los dormidos
Increpa a los poltrones y reprende
A los que se resisten a su canto.
Levantémonos, pues, resueltamente.
Canta el gallo y renace la esperanza,
Retorna la salud a los heridos,
El puñal del ladrón vuelve a la vaina
Y la fe se despierta en los caídos,
Pon tus ojos, Señor, en quien vacila,
Y que a todos corrija tu mirada:
Con ella sostendrás a quien tropieza.
y harás que pague su delito en lágrimas,
Alumbra con tu luz nuestros sentidos,
Desvanece el sopor de nuestras mentes,
y sé el primero a quien, agradecidas,
Se eleven nuestras voces cuando suenen.
Glorificado sea el Padre eterno,
Así como su Hijo Jesucristo
Y así como el Espíritu Paráclito,
Ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
Por nuestros propios medios no podemos creer. El Misterio del Señor no entra dentro de nuestra cabeza. Eso sí, podemos utilizar nuestra razón para entender que el Señor nos ha creado y nos ofrece esa salvación eterna que experimentamos y sentimos dentro de nuestro corazón. Pero, nuestra naturaleza es débil, fácil de someter por las seducciones mundanas y nuestras propias apetencias. Entonces, necesitamos el don de la fe para poder afirmar nuestra fe y creer, Señor, en tu Palabra.
Las pruebas a las que no somete este mundo nos exigen arriesgarnos, confiar y fiarnos del Señor. Su Palabra nos toca el corazón y nos dice que también nosotros pensamos eso y deseamos eso. Todos anhelamos encontrar la felicidad y la Vida Eterna. Es lo que no ofrece el Señor y, de buena gana, nosotros lo deseamos, lo queremos y lo buscamos.
Cierto es que caminamos en un mar de dudas y no nos es nada fácil. Experimentamos tentaciones y seducciones de todo tipo y también por nuestras propias apetencias. Caminamos por un campo de minas: avaricias, ambiciones, egoísmos, concupiscencias, pasiones, riquezas, poder...etc. Sin una fe firme y fuerte en Ti, Señor, quedamos a la deriva y a merced del príncipe de este mundo.
Te pedimos, Señor, que nos des una fe firme, fuerte y grande para sostenernos con firmeza en tu Palabra y vivir de acuerdo con tu Voluntad. Danos, Señor, la perseverancia de permanecer fiel a tu Palabra y confiar en recibir de tus manos generosas ese inestimable don de la fe. Esa suficiente fe que necesitamos para mantenernos fieles y firmes a tu lado. Amén.

HOY A LAS 09:00 HORA PENINSULAR, 08:00 HORA CANARIA, REZO DEL SANTO ROSARIO POR LA DEFENSA Y UNIDAD DE LA VIDA Y LA FAMILIA. ÚNETE A LA HORA QUE PUEDAS Y DESDE DONDE PUEDAS.
También a mí, Señor, me hace falta de vez en cuando esos momentos taborianos donde tu presencia me sea visible, me conforte y fortalezca para seguir el camino en este mundo de prueba y de constantes tentaciones.
Sí, Señor, necesito tu Luz y tu presencia. El ritmo que el mismo camino mundano me impone, las propias apetencias que reclama mi naturaleza pecadora y débil y las tentaciones a las que el mundo me somete son pruebas que me debilitan y me hacen desfallecer.
Por otro lado, la pobreza de mi capacidad intelectual y la pequeñez de mi ser, no alcanzan a entender el Misterio de tu grandeza y la Infinita Misericordia de tu Amor. Mis fuerzas se debilitan y desfallecen a cada momento. Te necesito, Señor, y como Pedro, Santiago y Juan necesito un Tabor que me anime, que me fortalezca y que me dé fuerzas para continuar, aun sin entender nada, este camino mundano donde tengo que proclamar tu Infinito Amor, tu Misericordia y tu Salvación de Vida Eterna.
Dame, pues, las fuerzas que necesito para superar esos momentos donde la oscuridad se apodera de mi vida y la obnubila impidiéndole seguir tus huellas, tu Camino, tu Verdad y tu Vida. Amén.
El camino está lleno de trampas y de peligros. La duda está siempre presente, es condición sine qua non y siempre nos acompañará. A nosotros nos toca ponerle resistencia y reafirmarnos en la fe. Para eso contamos con la asistencia y el auxilio inestimable del Espíritu Santo que, recibido en nuestro bautismo, nos acompaña siempre para defendernos, fortalecernos y capacitarnos contra esos peligros y amenazas que nos crea nuestras propias dudas.
Pedro, siempre impetuoso y dispuesto, salta y se lanza a confesar que Jesús es el Hijo de Dios Vivo claramente asistido e impulsado por el Espíritu Santo. No tiene conciencia de lo que dice y se manifiesta unos momentos después cuando se atreve a contradecir a Jesús y discutirle su plan de muerte y Resurrección. Su compromiso es aparente, inconsciente y sin raíces profundas. ¡Y está al lado del Señor!
Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti,
Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!». Pero Él, volviéndose, dijo a
Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque
tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!»
También nosotros lo tenemos a nuestro lado Eucarísticamente y nos cuesta comprometernos y responderle con un sí firme y decidido. No experimentamos su Pasión, muerte y Resurrección en vivo como ellos, pero sí tenemos sus testimonios y la asistencia del Espíritu Santo como ellos. Quizás tenemos la ventaja de saber y conocer su Resurrección, cosa que ellos no supieron hasta que lo comprobaron con sus propios ojos.
Necesitamos, pues, la fe, esa fe que nos da el Espíritu de Dios y que tendremos que ser capaces de abrirle nuestros corazones. Pidamos, pues, esa Gracia que nos fortalezca, nos ilumine y nos dé la sabiduría de saber sostenernos con firmeza y perseverancia en la fe que alimenta tu esperanza. Amén.

La fe no se presenta de improviso y sin ningún esfuerzo. Necesita tiempo y esfuerzo por nuestra parte. Así sucede en todas las cosas de este mundo. Salvo que el Señor disponga otra cosa, la fe que pedimos necesita insistencia y perseverancia. Y, sobre todo, un gran convencimiento y confianza de que a quien se la pedimos nos la puede dar. Y eso lleva tiempo y esfuerzo. No es cosa de unos días. El tiempo es la prueba y el testigo de que nuestra petición de fe va en serio, a pesar de que al Señor no le hace falta ese tiempo para saberlo.
Igual que el amor no se da ni se demuestra con palabras, la fe no se adquiere porque uno la pida. Solamente la puede dar Dios. Es un don gratuito que Dios nos regala. Pero, y ésta es la cuestión, Él sabe quien la pide con verdadera insistencia y perseverancia. La mujer cananea del Evangelio de hoy nos puede servir de ejemplo.
Pidamos con insistencia, con paciencia y perseverancia y, sobre todo, con fe para que el Señor prenda nuestros corazones del fuego de la fe. Tengamos confianza y no desfallezcamos y, al igual que aquella mujer cananea, siendo de la condición que seamos, insistamos y creamos que el Señor es Señor de todos, de buenos y malos; de cercanos y lejanos; de amigos y enemigos. En definitiva, de todos aquellos que están abiertos a recibir su Amor con mansedumbre y humildad, incluso debajo de la mesa donde se derrama lo que otros dejan caer.
Pidamos humildad, perseverancia y mucha paciencia para no desesperar ni desfallecer. Jesús, el Hijo de Dios, ha venido a salvarnos, a darnos plenitud de felicidad y Vida Eterna. Creamos, pues, que nos dará ese don de la fe para que podamos seguirle, obedecerle y vivir en plenitud su Palabra. Amén.