Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica.
(Salmo 22,2 y 19)
Nadie se quedó, tampoco se quedó la ropa que cubría tu cuerpo, Dios hecho pobre por el bien de los pobres. Tu carne se preparó así para el último paso: perforada por los clavos, empapada de sangre, fue materia para el nuevo milagro del tercer día, victoria sobre la muerte, fuente de vida nueva y eterna para aquellos que en ti confían. ¡Ven a salvarnos, Señor muy humano, ¡Redentor del mundo! Amén.
Desde mi parroquia, por el párroco
D. Juan Carlos Medina Medina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario