Blogueros con el Papa

UN ROSARIO CADA VIERNES

Cada viernes, hora peninsular entre las 09, 30 y 10:30, en Canarias entre las 08:30 y 09:30, aproximadamente, y en cualquier otra parte del mundo la que mejor puedan elegir, nos unimos en el rezo del Rosario (VER AQUÍ) por la unidad de todos los creyentes, por la familia natural, hombre - mujer, por la vida y por la libertad de educación de los hijos.

Desde tu casa, online, desde tu trabajo, desde tu hospital y enfermedad, desde myfeeling, desde todas los colectivos y asociaciones, desde donde quieras que estés, tú también puedes unirte en este clamor al Padre, unidos a María Santisíma, para que el Espíritu Santo nos dé la capacidad y la luz de salvaguardar la vida y los valores morales y naturales que la dignidad de las personas demanda y hemos recibido de nuestro Padre Dios.

También estamos rezando un rosario cada día que hacemos normalmente en las primeras horas de la mañana aunque a veces, por premuras de tiempo, lo hacemos en otras horas del día. En el icono de la Virgen, debajo del rosario de todos los viernes, puedes encontrar el rosario correspondiente a cada día.
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lunes, 2 de diciembre de 2019

NO ESTAMOS EN DESVENTAJA

Resultado de imagen de Mt 8,5-11"
Podemos llegar a pensar que aquel centurión del tiempo de Jesús estaba en ventaja. Habló con Jesús y había oído los milagros que hacía. Por eso, le buscó y le rogó que curase a su siervo. Pero, también podemos pensar que habían muchos otros que, incluso, habían escuchado su Palabra y presenciado esos milagros, y no creyeron en Él. La relevancia y grandeza de aquel centurión fue que creyó en la Palabra de Jesús y en su Poder. Y esa gran fe nos interpela también a nosotros.

Sin lugar a dudas, Señor, yo quiero creer, pero experimento que la fe es un do que viene de Ti y que yo no puedo alcanzarla por mí mismo. Por eso, Señor, te pido que me des ese don de la fe para, como el centurión, fiarme plenamente de tu Palabra. No puedo poner la excusa de que él te vio, porque, yo también puedo verte y con más garantía, pues tengo el testimonio de los apóstoles y la confesión y enseñanza de la Santa Madre Iglesia.

Quizás el centurión tuvo que hacer un gran esfuerzo, porque no tenía el testimonio de nadie sino sólo su fe de fiarse de Ti y de tu Palabra. Es verdad que también tenía, quizás de oída, la realidad de tus Obras, pero tuvo que fiarse y creer en Ti. Nosotros hoy también tenemos que fiarnos, pero tenemos el testimonio de la Santa Madre Iglesia en todos aquellos santos que nos dan ejemplo con sus vidas tanto de palabra como de obras. Y tenemos la experiencia personal de tu presencia en nuestras vidas.

Por eso, Señor, yo desde la debilidad de mi humanidad y la humildad de mi pobreza y el fracaso de todos mis pecados, te pido que aumentes mi fe y la sostengas cada día firmemente en mi corazón. Una fe que me empuje al compromiso de vivir en el amor a Ti, Fuente de Vida y de Gracia, y en el servicio a los demás. Sobre todo a los más pequeños y desfavorecidos. Amén.

sábado, 30 de junio de 2018

UNA FE QUE NECESITA ESFUERZO

Resultado de imagen de Mt 8, 5-17
La fe hay que ganársela. Es puro regalo y don de Dios, pero no te va a venir esperando con los brazos cruzados. Posiblemente, por decirlo de alguna manera que podamos entenderlo, tendrás que convencer a Dios y ganarte su admiración como hizo aquel centurión. Previamente le había buscado convencido que podía solucionar la salud de su apreciado siervo. Tú y yo también tenemos que pedirla, buscarle y abrir nuestro corazón a su Palabra confiando y dejándonos llevar en y por su acción. 

Y tan seguro estaba que le pidió que no hacía falta que fuese a su casa, pues no se consideraba digno de que entrara en ella siendo pagano. Confiaba que podía hacerlo desde donde se encontraba. Le importaba mucho su siervo y creyó que Jesús lo podía curar sin ir a su casa. Su lógica le llevaba a comparar que, siendo él un simple mortal tenía criados y siervos que hacían lo que les mandaba, como no Jesús de quien se hablaba maravillas y prodigios, no podía sin necesidad de presentarse en su casa curar a su siervo.

¿Estamos nosotros en esa frecuencia? Creemos que Dios puede revertir la situación de este mundo tan desorientado y camino de su propia destrucción? ¿Creemos que Dios, por los méritos de su Hijo, suscitará vocaciones y hombres con capacidad para reunir y conducir su rebaño? ¿Creemos que, en el Señor, estamos salvados? Posiblemente lo creamos, pero admitamos que nos cuesta y que, quizás, en el fondo de nuestro corazón dudamos.

Sin embargo, como niños en manos de sus padres, confiemos en nuestro Padre Dios y pidámosle que nos dé la fe y que sea una fe progresiva que vaya creciendo con nuestro camino y nuestra lucha de cada día. Amén.

lunes, 18 de septiembre de 2017

DAME, SEÑOR, UNA FE DE CENTURIÓN

Sí, yo quiero y aspiro a tener una fe como la de aquel centurión. Y para ello cuento contigo, Señor. Y digo que cuento contigo, Señor, porque yo sólo nunca podré. La fe es un don Tuyo, y para tenerla necesito pedírtela y esperar pacientemente que Tú, Señor, quieras dármela.

Porque, Tú eres justo, Señor, y lo que decidas y hagas estará bien. Por eso, pacientemente, me postro a tus pies, y como aquel centurión, manifiesto mi demérito para ser merecedor de ese don gratuito que Tú, Dios mío, me puedas dar. Pero, a pesar de que mis palabras brotan como empujadas por el Espíritu, quiero sentirlas en lo más profundo de mi ser y experimentarlas en mi corazón. 

Dame, Señor, esa confianza e inocencia de experimentar la pureza de la fe. Esa intención pura. bien intencionada y buena de creer en tu Poder y tu Amor. Sé que eso no está a mi alcance si no es por tu Amor y Misericordia. Sé, Señor, que todo depende de Ti y que todo está en tus Manos. Por eso, como ese centurión del Evangelio, yo también me siento indigno de que entres en mi, y que sólo una Palabra tuya bastará para transformarme y llenar mi humilde y pobre corazón de fe.

He reflexionado mucho sobre este Evangelio. Lo he leído muchas veces y también oído en homilías, pero, ¿realmente mi fe ha aumentado? No lo sé, Señor. Y eso me preocupa. Quizás haya aumentado y no lo note, por eso, mi petición va dirigida a que me la aumentes, que me hagas crecer en fe, Señor, hasta el punto de experimentar y sentirte cerca y dentro de mí.

A extrañarte si Tú no eres lo primero en mi vida. A experimentar desorientación, sin sentido, desconcierto si Tú faltas en mi vida. A sentirme sin rumbo, perdido y vacío si tu presencia se aleja de mí. Dame, Señor, la Gracia de saberte y descubrirte siempre cerca, a mi lado, sabiendo que con y en Ti nada tengo que temer, porque Tú me salvas de todos los peligros y me llevas contigo a la Vida Eterna. Gracias, Señor.

sábado, 1 de julio de 2017

UNA SOLA PETICIÓN: "AUMENTA NUESTRA FE"




La fe es un camino. No es una palabra, ni una oración. Ni tampoco actos de piedad y litúrgicos. Ni tan siquiera obras de caridad. ¡No!, la fe es un camino. Un camino que cada instante te va probando tu fidelidad a Cristo. Un camino que, cada día, necesitas recorrer y superar los obstáculos que te salen al paso. Un camino de fatigas y desfallecimientos, pero que, confiado y abandonado esperanzadamente continúas paso a paso.

La fe es un camino de lucha contra las soluciones y tentaciones de est mundo. La fe es el abandono de tu confianza en el Poder de Dios que todo lo puede. La fe es saber que lo que pides está dirigido, por amor, para el bien del otro. La fe es la que mostró aquel Centurión descargando su preocupación y solicitud de deseo de curar a su siervo en Jesucristo, nuestro Señor.

Y esa es la clase de fe que hoy te pido, Señor. No una fe mediocre, parada ante las dificultades, y llena de dudas. Instalada en las cosas de este mundo y viviendo entre dos aguas, lo mundano y lo espiritual. Es la fe de Abrahán y del Centurión la que yo quiero vivir. Y con la que yo quiero seguirte. No te pido otra fe ni pongo condiciones. Tú sabes lo que puedo dar y lo que necesito, Señor, pues cúrame. Aumenta mi fe. Quiero apostar por Ti, tal y como hizo el Centurión.

Dame, Señor, esa fe y mi corazón quedará transformado. Señor, no soy dingo de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarme.

lunes, 28 de noviembre de 2016

AVIVAR LA FE

Podemos pensar que esa persona se ha curado o que esto se ha solucionado por casualidad, porque cuando nos cerramos a la fe nada sucede por obra de Dios. Podemos ver hasta a un resucitado, pero, como en la parábola del rico epulón, Lc 16, 31, sino oyen a Moisés y los profetas, tampoco se convencerán aunque un muerto resucite.

La fe necesita una tierra humilde, capaz de estar dispuesta a morir para dar frutos. Una tierra sembrada con el agua de amor, transparente, sin dobleces e hipocresías y dispuesta a abrir los ojos a la verdad. Supongo que aquel centurión, que amaba a su siervo, estaba lleno de esa clase de tierra, y sólo bastaba un paso para abrirse a la fe. ¿Cómo queremos ver si no tomamos las gafas que necesitamos?

La fe necesita un cuidado, una preparación y también un tiempo de espera. No nace la semilla enseguida, y menos aún, da frutos. Necesita tiempo y cuidados. La fe necesita amor, porque cuando se ama se aviva, pues me atrevería a decir que la fe nace del amor. Porque cuando se ama te comprometes, por amor, por los demás. Tal es el caso del que nos habla hoy el Evangelio. El centurión se comprometió por amor en sanar a su siervo, y, claro, llega al encuentro con Jesús, el único Médico que sana el cuerpo y el alma.

Por eso, pidamos al Señor que aumente nuestra fe, porque también aumentará nuestro amor por los demás. Pidamos al Señor que aumente nuestra entrega, nuestra disponibilidad al servicio, nuestros deseos y acciones solidarias y, en definitiva, que aumente nuestro amor, porque eso es lo que realmente es amar.

Y no tengamos prisa, porque para el Señor no hay prisas. Puede ocurrir que esas prisas sea la prueba de tu amor y fe en el Señor. Él lo puede todo y es dueño del tiempo y del espacio. Y toda una vida, un instante para Él. Como buen Padre, que nos ha creado por amor, también nos dará aquello que necesitamos para que también nosotros avivemos el amor. Amor que es fuente de felicidad y eternidad. Precisamente lo que todo hombre busca. Amén.

lunes, 12 de septiembre de 2016

SEÑOR, AUMENTA MI FE



Cuando se cree no se duda. Se cree que esto va a pasar y ya está. Sin embargo, mi fe, aunque quiere creer y lo cree, siempre mantiene esa duda dentro de sí, y es lo normal y lógico. Porque la fe no la podemos comprar, ni siquiera adquirir. La fe es un don que da Dios y que yo, por eso, le pido encarecidamente.

Sí, experimento que tengo más fe, porque en el tiempo lo noto. Creo que ahora me costaría mucho dejar al Señor, pero también siento el peligro de instalarme y acomodarme a unas prácticas, unas reflexiones y unas casi costumbre que, quizás, me hacen sentir bien. Pero eso no basta. La fe implica algo más. Es un riesgo que demuestra que se cree, porque cuando tú crees en alguien arriesgas hasta tu vida por ese alguien.

En ese sentido, creo, que nos invita el Papa Francisco a meter líos hasta el punto de arriesgarnos. Porque la fe complica y mete en líos. Supongo que fue una complicación para aquel centurión recabar la ayuda de Jesús. ¿Un centurión romano creyendo en el Dios de los judíos? Podía verse complicado si eso trasciende. Y mira que ha trascendido hasta el punto que se repiten sus palabras en todas las misas de la Iglesia.

Señor, aumenta mi fe y dame la fortaleza y el valor de comprometerla, de proclamarla y de arriesgarla. Y no se arriesga sólo poniéndola en peligro, sino reflejándola en tu vida con el servicio, la escucha, la comprensión y la caridad. La fe se enciende en la medida que tu corazón queda prendido por y de ella. Y al prenderse quema todo lo que se le acerca. Se nota una fe viva. Así se notó la del centurión que la sacó a relucir por su siervo gravemente enfermo.

Danos, Señor, ese don de la fe. Una fe viva, disponible, entregada, servicial, amorosa, caritativa, compasiva, solidaria y misericordiosa, para que, sacándola a la calle, los demás puedan verla. Amén.

sábado, 25 de junio de 2016

INSISTIR COMO TÚ ME ACONSEJAS, SEÑOR: "AUMENTA MI FE"




Pedir la fe es la oración de todos los días. No obstante, nuestra lucha consiste en eso: Construir una fe firme y sobre roca, para que las tempestades no la derriben. Una fe firme sobre la Roca de tu Amor por el que has dado tu Vida por mí y todos los hombres.

Dame, Señor, la sabiduría de experimentarlo y la voluntad de pedírtelo a diario. De no desfallecer como aquella mujer viuda con el juez injusto (Lc 18, 1-8). O también como el centurión, con confianza, con seguridad y decisión, porque Tú, Señor, escuchas a todo el que se acerca a Ti. No porque yo lo diga, sino porque tu Vida lo descubre y lo afirma: Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Le tocó la mano y la fiebre la dejó; y se levantó y se puso a servirle. Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; Él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: «Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.

Todo en Ti se cumple, y la Roca que lo fundamenta es tu Resurrección. Por eso, Señor, aumenta nuestra fe y haznos, a ejemplo de tu Madre María, fieles seguidores tuyos que tratan y se esfuerzan en cumplir tu Voluntad. Porque esa es nuestra máxima aspiración y meta. Amar a tu estilo y sobre todo a los pobres que más lo necesitan.

Sin Ti, Señor, quedamos a la deriva, perdidos y sin voluntad de exigirnos renunciar a nuestros egoísmos. Insistimos como aquella viuda para que transformes nuestros corazones, porque aunque sabemos que Tú nos escuchas y tu Misericordia es Infinita, necesitamos suplicarte cada día que nos ayude a superar nuestras debilidades. Eso nos da confianza y nos reconforta. Gracias Señor.

sábado, 27 de junio de 2015

ANTE TI, SEÑOR, ME POSTRO CON LA ESPERANZA DE QUE AUMENTES MI FE



No tengo otra súplica en mis labios que la de pedirte, Señor, la fe. La fe que necesito desesperadamente como agua fresca que alivia mi corazón y que alimenta mi alma y me perseverar hacia Ti. Hoy, como el centurión ayer, te suplico que, si quieres, me fe crezca y me dé las fuerzas necesarias para servirte mejor en los hermanos. Para eso te pidió el centurión tu mediación.

Sé que si no la recibo es porque quizás no estoy lo suficientemente preparado. Y eso es mi culpa, mi gran culpa. Tú me conoces mejor que nadie, y sabes los secretos de mi corazón. Sabes de mis capacidades, de mis fuerzas y voluntades, y de lo que soy capaz. Quizás una fe mayor no la podría resistir y acabaría con la poca que pueda tener. Pedro vivió una experiencia de ese tipo cuando te prometió fidelidad y falló. Lloró amargamente.

Tú, Señor, sabes lo que me conviene y también lo que necesito a cada instante, y yo en Ti confío. Permíteme Señor caminar agarrado a Ti y cogido de tu Mano. No sabría donde ir ni qué dirección tomar. Tú eres mi guía, mi norte y mi rumbo. Guíame Señor por el camino de tu amor y aumenta mi fe. Amén.

lunes, 1 de diciembre de 2014

NO FALLA EL MENSAJE, FALLA NUESTRA FE



Casi siempre nos acusamos de no dar testimonio, de no evangelizar bien o de otras muchas cosas, pero lo que ocurre es que falla la fe. Quizás nos falta a nosotros fe para dar testimonio y evangelizar, y quizás también les falta fe a los que no se dejan evangelizar.

Hay pruebas y testimonios de todos los tipos. De quienes reciben testimonio coherente y sincero y de los que no. Tanto en uno u otro caso la respuesta del posible evangelizado es negativa. No hay fe, y si no hay fe no se puede creer ni actuar coherentemente. Así, la mayoría de las respuestas creyentes son aparentes o débiles, que al menor titubeo o tempestad se desvanecen.

De esa forma se explica cómo se aprueba el divorcio y otras relaciones equiparándolas a la familia...etc. Si tuviéramos una fe cercana a la de aquel centurión, nuestras repuestas de fe serían diferentes. Por eso, hoy  te pedimos, Señor, que nos aumente nuestra fe y nos ilumine para, confiados como aquel centurión, podamos abandonarnos en tus Manos y responderte tal y como Tú nos pides.

Danos, Señor, sabiduría, paz y fortaleza, y embriagamos de fe. Fe en Ti y en tus Palabras. Queremos ser pacientes, comprensivos, humildes, suaves y buenos, para ver el mundo con los ojos llenos de amor, y responder a tu Amor y a la confianza que Tú pones en cada uno de nosotros. Hasta el punto de entregarte a una muerte de Cruz para salvarnos.

No permitas, Señor, que me fe se debilite y deje de responderte. Porque yo quiero hacerlo, pero el mundo me tienta para que no lo haga. Dame, Señor, la luz que fortalezca mi fe y me agarre fuertemente a Ti. Así podré vencer a los peligros que azotan a mi alma: mundo, demonio y carne. Amén.