A nadie le amarga un dulce, ni a caballo regalado se le miran los dientes. Son refranes que algunas veces hemos oído en el refranero popular y que experimentamos que coinciden con la realidad. Es bueno pedir y recibir, sobre todo, y así se entiende, cosas buenas.
El hecho de pedir nos tranquiliza y nos fortalece, pero cuando se trata de pedir a un padre, todo es diferente. Porque sabemos que un padre nos atiende siempre. Al menos eso es lo que esperamos todos. Pero, todavía es más diferente, cuando ese Padre es Dios. En Él confiamos y sabemos que somos escuchados.
Pero, más todavía, sabemos que ese Padre lo puede todo, y todo nos lo puede dar. Sucede, sin embargo, que, como buen Padre, quiere lo mejor para nosotros, y evitará darnos lo que no nos conviene, a pesar de que nosotros no lo entendamos. Ocurre que podemos creer que no nos escucha, porque no vemos que nos ha dado lo que hemos pedido.
Posiblemente, eso que tú y yo pedimos no sabemos si es lo que nos conviene, aunque nosotros estemos convencidos que sí. Más tarde, en el tiempo, vemos más claro y nos damos cuenta que aquello hubiese sido malo. Por eso confiamos en Él, porque no solo nos da lo que necesitamos, sino que evita darnos cosas malas que nos pierdan.
Gracias, Señor, por sentir tu Gracia y tu ayuda, a pesar de en algunos momentos no entender tus respuestas o silencios. Gracias, Señor, por estar ahí, por ser mi esperanza y por sostener mi caminar de cada día. Gracias, Señor, por esperar confiadamente el momento de mi partida y vivir con gozo ese momento glorioso de estar en tu presencia y conocerte tan directo que ya no me haga falta la fe de creer en Ti.
Gracias Señor porque espero confiado en tu Palabra que el momento de mi muerte sea el momento más glorioso de mi vida. Pues a él me dirijo y camino abandonado en tu brazos. Dame la sabiduría y la ocasión de verlo llegar. Amén.