"Despojado de toda distracción y riqueza. Sólo desde la humildad de nuestro corazón, junto a María, llegará nuestra oración al PADRE".
Juan es contemporáneo de Jesús, y también pariente. Sus madres eran primas. Juan se adelanta unos meses a Jesús y, también, le precede en iniciar ese Plan de Salvación que Dios tiene pensado. Y del que Juan es el elegido para ser el Precursor, el que lo proclame y anuncie preparando el camino para el Señor.
Previamente, Juan se retira al desierto a prepararse y a proclamar un bautismo - con agua - de conversión y de arrepentimiento. Está cerca el Reino de Dios - proclama Juan - e invita al arrepentimiento de los pecados y a la disponibilidad de tu corazón para recibir la Palabra del que viene enviado por el Padre.
La pregunta es clara: ¿Vivimos nosotros este tiempo de Adviento en esa humilde y sencilla actitud de espera y arrepentimiento? ¿Son nuestras Navidades fiel reflejo de esa preparación a la que Juan el bautista nos invita y nos anima a preparar? ¿Realmente, sabemos lo que celebramos y el por qué lo celebramos?
El ambiente que se va, como si se tratara de una ola formando y agigantando parece decirnos que no. El ambiente que se crea es un ambiente comercial, de consumo, de buscar pasarlo bien, comer de una manera especial y, probablemente, beber y festejarlo de una forma pagana o indiferente a lo que realmente se celebra. No parecen unas navidades de espera, de expectación y de arrepentimiento para acoger a Aquel que viene a dar verdadero sentido a nuestras vidas y a proponernos el camino que nos conduce al Reino de Dios.
Posiblemente, estábamos más pendientes de la lotería, como ahora de las fiestas y regalos que de que el Señor viniera a nuestros corazones para vivir más pendientes unos de otros y verdaderamente amarnos como nos ama nuestro Padre Dios. Pidamos que, realmente, nazca el Señor en nuestro corazones y que vivamos el verdadero sentido de la Navidad. Amén.
Ya muy cercano, Emmanuel,
hoy te presiente Israel,
que en triste exilio vive ahora
y redención de ti implora.
Ven ya, del cielo resplandor,
Sabiduría del Señor,
pues con tu luz, que el mundo ansía,
nos llegará nueva alegría.
Llegando estás, Dios y Señor,
del Sinaí legislador,
que la ley santa promulgaste
y tu poder allí mostraste.
Ven, Vara santa de Jesé,
contigo el pueblo a lo que fue
volver espera, pues aún gime
bajo el cruel yugo que lo oprime.
Ven, Llave de David, que al fin
el cielo abriste al hombre ruin
que hoy puede andar libre su vía,
con la esperanza del gran día.
Aurora tú eres que, al nacer,
nos trae nuevo amanecer,
y, con tu luz, viva esperanza
el corazón del hombre alcanza.
Rey de la gloria, tu poder
al enemigo ha de vencer,
y, al ayudar nuestra flaqueza,
se manifiesta tu grandeza. Amén.
Quiero, Madre, ser humilde como tú, y disponer mi vida para servir como tú, que olvidándote de ti misma y poniéndote, después de recibir ese Inmenso halago y tal alta dignidad de ser la elegida la Madre del Mesías, del Hijo enviado por Dios, para liberar al hombre de la esclavitud del pecado, al servicio de tu prima Isabel. Y lo haces de forma desinteresada, gratuita y entregada, buscando servir y ayudar.
Un servicio que yo también quiero realizar en y con mi vida. Pero, un servicio desinteresado y proporcional a mis capacidades y talentos recibidos. Porque, sucede, Madre, que me empeño en ser más de lo que puedo ser, y en hacer lo que no puedo hacer. Y en eso, tú, Madre, me enseñas con tu ejemplo y plena humildad.
Tú, Madre, que eres la elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, en lugar de echarte flores y vanagloriarte y subirte al pedestal de la vanidad, engreimiento y suficiencia, te has humillado y alegrado en el Señor proclamando su grandeza. Yo, Madre, también quiero responder así a la llamada que Dios ha elegido para mí, hacerlo como tú, Madre, con verdadera humildad y alegría. Intercede, Madre, para que así sea. Amén.
Pedro Casaldáliga |
En la oquedad de nuestro barro breve
el mar sin nombre de Su luz no cabe.
Ninguna lengua a Su Verdad se atreve.
Nadie lo ha visto a Dios. Nadie lo sabe.
Mayor que todo dios, nuestra sed busca,
se hace menor que el libro y la utopía,
y, cuando el Templo en su esplendor Lo ofusca,
rompe, infantil, del vientre de María.
El Unigénito venido a menos
traspone la distancia en un vagido;
calla la Gloria y el Amor explana;
Sus manos y Sus pies de tierra llenos,
rostro de carne y sol del Escondido,
¡versión de Dios en pequeñez humana!
Creo y es de sentido común pedir a Padre Dios lo que necesitamos y deseamos. Es de sentido común pedírselo a tu Padre. Y, Jesús, el Hijo de Dios, nos lo presenta como un Padre amoroso y misericordioso que busca el bien y la felicidad plena de sus hijos.
Posiblemente, por nuestra pequeñez y pobreza, no sabemos si eso que pedimos nos conviene o no, pero, por nuestra fe, lo pedimos y ponemos en manos de nuestro Padre Dios. Y Dios dirá. Indudablemente, nos toca esperar, pero esperar sabiendo que nuestro Padre nos oye, nos escucha y nos atiende. No sabemos cómo y cuándo, ni tampoco si nos será concedido lo pedido, pero, seguro tendremos lo que realmente nos conviene para nuestro camino hacia la Casa que el Padre nos prepara.
Por eso, confiado y esperanzados en la escucha y actuación del Señor, le pedimos paz, mucha paz en estos momentos convulsos donde el hombre se ha erigido en señor de la vida y la muerte - aborto-eutanasia - y también sabiduría, para saber discernir y responder, de acuerdo con tu Palabra, Señor, a esas malas intenciones que los poderosos imponen. Y, por supuesto, fortaleza. Esa fortaleza que nos sostenga firmes ante las embestidas y tempestades que nos sorprenden y amenazan para apartarnos del camino. Amén.
Cada día estoy invitado a nacer de nuevo. Un nacimiento, claro está, no físico, sino espiritual, renovado y con ojos nuevos para ver la vida con esperanza, alegría y con el gozo de saberte salvado por el amor de Dios. Un Amor que se concreta en ese nacimiento del Niño Dios, encarnado en naturaleza humana, y nacido de María, la joven elegida para ser su Madre.
Fuera de la órbita de Dios la vida pierde todo su sentido y se vuelve monótona, cansada y rutinaria. Y sin esperanza no hay vida. Todo se oscurece y quedas atrapado en tu propia red. El horizonte es la muerte y la esperanza deja de existir. Ahora, ¿se puede vivir sin esperanza? Es una buena pregunta que tienes tú mismo que darle respuesta.
Sería muy importante discernir sobre lo que realmente buscas y a dónde te diriges. Porque, en profundizar en esas preguntas te ayudaran a nacer de nuevo espiritualmente y a llenar tu vida de esperanza. Por todo ello, pedimos entender, al menos fiarnos, como hizo José, por los impulsos del Espíritu Santo. Ese Espíritu Santo que hemos recibido en la hora de nuestro bautismo, y que nos invita a caminar a su lado y siguiendo sus impulsos y acciones para abrirnos a la Voluntad del Padre.
Voluntad que no es otra que la de hacer lo que su Hijo, que nace, encarnado en Naturaleza humana, nos indica y nos enseña. Por tanto, abramos nuestros corazones a ese Niño Dios que nace y pongamos en Él todas nuestras esperanzas para que nuestros corazones sean transformados en unos corazones nuevos y renovados.