Si primero no se conoce, difícilmente, por no decir imposible, se podrá amar. Urge, por tanto, conceptuar y definir el amor, porque, solo sabiéndolo podemos determinar si realmente amamos o no. Podemos engañarnos al respecto, si entendemos mal el significado del verdadero amor y falsearlo creyendo que amamos cuando realmente lo que hacernos es amarnos a nosotros mismos.
Podemos apoyarnos en nuestra propia experiencia recibida desde el vientre de nuestras madres. ¡Cuánto amor y privaciones hay ahí! El amor de nuestros padres marca un modelo y referencia que nos puede ayudar a entender la clave del verdadero y único amor: sus desvelos y preocupaciones por sus hijos hasta el extremo de olvidarse de ellos mismos. Sin embargo, con el paso del tiempo olvidamos esos desvelos y amor, hasta el punto de no corresponderles cuando son mayores.
Imaginar el Amor de Dios nos resulta inalcanzable. Sin embargo, observamos y sabemos que ese Amor que Dios nos da no lo merecemos. Y nos sorprende y, por supuesto, no entendemos, que Dios, a pesar de nuestros desplantes y rechazos, continúe amándonos. Es un amor comprometido que no tiene en cuenta nuestras indiferencias.
Nos está enseñando a que el único y verdadero amor es el comprometido. Amar es, pues, un compromiso y, no un sentimiento. Amar es poner en acción nuestra voluntad, a pesar de nuestros sentimientos, sin esperar ser correspondidos y de forma gratuita. Amar, en definitiva, es morir a ti mismo para darte al que verdaderamente lo necesita, que siempre recae en los más pequeños, pobres, excluidos e inocentes. Danos, Señor, esa capacidad y sabiduría para que realmente nuestro amor, en clave de tu Estilo, sea siempre siguiendo tu Camino, tu Verdad y tu Vida. Amén.