Esa es mi experiencia. Me siento incapaz de evitar pensar cuando tengo delante a alguien que su apariencia en el vestir, hablar o comportarse me sienta mal y no es de mi agrado. Ni que decir cuando aparenta mala imagen y descuidado. No puedo impedir la entrada en mi mente de pensamientos que juzgan y critican a esa persona excluyéndola o enjuiciándola negativamente.
Por eso me siento impotente e incapaz de evitarlo por mí mismo, y recurro al Señor para que aparte de mí esos pensamientos mal intencionados y carentes de verdad, porque a pesar de que no se debe juzgar, hacerlo sin tener juicios que te den un conocimiento del estado de esa persona es una temeridad.
Necesitamos la Gracia y la fuerza del Espíritu Santo para poder luchar contra esos pensamientos que se nos cuelan y nos tienta con juzgar a otros sin saber lo suficiente ni poder nunca llegar a las últimas y verdaderas razones e intenciones de su corazón. Ahí sólo puede llegar el Señor. Él único que puede juzgarnos puesto que conoce nuestros últimos pensamientos.
En la presencia del Señor, pidamos la Gracia de saber mantenernos prudentes y liberados de atrevernos a juzgar a nadie por sus apariencias y actos sin saber las razones y las consecuencias que le llevan a ser o vivir de esa manera. Y tener la misericordia de aceptar y comprender esas actitudes, pues no podemos levantar nuestra mano porque nosotros también somos pecadores.
Señor perdona nuestros pecados y ten Misericordia de todos nosotros, pues somos unos pobres pecadores.