HOY A LAS 09:00 HORA PENINSULAR, 08:00 HORA CANARIA, REZO DEL SANTO ROSARIO POR LA DEFENSA Y UNIDAD DE LA VIDA Y LA FAMILIA. ÚNETE A LA HORA QUE PUEDAS Y DESDE DONDE PUEDAS.
"Despojado de toda distracción y riqueza. Sólo desde la humildad de nuestro corazón, junto a María, llegará nuestra oración al PADRE".
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Cuando tu corazón descubre la presencia del Reino de los Cielos, queda inundado de paz y gozo. Se siente salvado y amado por y para la eternidad. Y su gozo es tanto que clama a gritos que Jesús - Reino de los Cielos - Vive y está entre nosotros. No puede contenerse y corre a anunciar - con su vida, testimonio y palabra - esa Buena Noticia que nos da felicidad y Vida Eterna.
Pero, no será empresa fácil. En el camino experimentamos pobreza y debilidades. Son nuestras tentaciones y seducciones, nacidas desde nuestro endurecido y egoísta corazón, que nos someten y nos esclavizan encadenándonos al pecado. El mundo nos pone las cosas difíciles intentándonos convencer de que nuestra felicidad, esa felicidad que deseamos y anhelamos dentro de nosotros mismos, está en él. Mundo, demonio y carne son nuestros grandes peligros.
Experimentamos nuestra débil fortaleza y de que no podemos liberarnos de esas tentaciones a las que, por nuestra naturaleza herida por el pecado, nos sentimos prisioneros, esclavizados y encadenados. Danos, Señor, la Gracia de resistirnos a esas tentaciones mundanas; a las pasiones e instintos primarios de nuestra pecadora naturaleza humana que nos somete y esclaviza.
Y, danos también, Señor, la sabiduría de saber anunciar que Tú estás entre nosotros para ofrecernos esa Felicidad y Salvación Eterna. Gracias, Señor. Amén.
Tú, Señor, eres la Buena Noticia. Anunciar que estás entre nosotros es anunciar que está cerca el Reino de los Cielo. Porque, Tú eres el Reino al que queremos llegar. Tú, nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida. Tu anunció está sembrado en nuestro corazón desde el primer instante de nuestra vida, pero, para cultivarlo, desarrollarlo y anunciarlo necesitamos tu Gracia, Señor.
Y eso es lo que vengo a pedirte hoy en este espacio humilde de oración. Postrado a tus pies, mi Señor, te pido la Gracia de abrir mi corazón a la acción del Espíritu Santo, que ha bajado a mí en la hora de mi bautismo. Dame la sabiduría de saber discernir lo que quieres de mí y los que me has dado para, descubierto, ponerlo a rendir en tu nombre y para tu Gloria.
Reconozco la pobreza y las debilidades que me someten y que me impiden anunciar ese Reino de los Cielos al que Tú nos envía a anunciar. Por eso, Señor, queriendo responder a tu llamada, abro mi corazón a tu Gracia para que, transformada por ella, dé los frutos que Tú esperas de mí. Amén.
Estamos inclinados a murmurar y a la maledicencia, consecuencia del pecado original. No resulta imposible cerrar nuestros oídos a la murmuración y, por eso, solicitamos y pedimos la Gracia para vencer esas tentaciones que nos traicionan y nos alejan del Señor. Porque, de alguna manera acusamos al Señor de falso, de que su Palabra no la creemos, y eso equivale a decir que nos miente. O, lo que le decían sus contemporáneos, colabora con el demonio.
Posiblemente, nuestra respuesta, en muchos momentos de nuestra vida, no se diferencia mucho de la de aquellos fariseos. Y, nada mejor, que la de pedir la Gracia de darnos cuenta de nuestro error. Pedir y rogar para que nuestro corazón, endurecido y adherido a los poderes de este mundo, encuentre la verdad, la conversión y la misericordia que nos ofrece nuestro Padre Dios.
Cierra, Señor, nuestros oídos a la murmuración y nuestra lengua a la maledicencia, que solo tengamos palabras llenas de bondad, de verdad, de justicia y de amor fraternos para todos los que nos rodean. Transforma nuestro corazón en un corazón amoroso y misericordioso. Amén.
El misterio de Dios nos sobrepasa. No cabe en nuestra cabeza y, solo por la Gracia de Dios podemos avivar nuestra fe. Pero, somos libres y, como consecuencia y responsabilidad de esa libertad, necesitamos poner algo de nuestra parte. Dios ha querido que nosotros tengamos la última palabra en cuanto a decidir nuestra elección: abrimos nuestro corazón a su Palabra y creemos en Él, o nos cerramos y le damos la espalda. Es decir, se trata de elegir la vida o la muerte.
De eso se trata, pedir la fe - don de Dios - para, poniendo todo lo que está de nuestra parte, abrirnos a su llamada de Amor, o, por el contrario, tomamos el camino por el que optó aquel joven rico del Evangelio cuando Jesús le invitó a seguirle.
Es cuestión de decidir, para eso, Dios, nuestro Padre, nos ha dado la libertad. Pero, no podemos olvidar nuestra naturaleza heridia por el pecado. Somos débiles y sometidos a esas seducciones del mundo, demonio y carne. Por tanto, por nosotros mismos no podemos liberarnos del pecado.
Si optamos por ese camino, nos equivocamos. Pidamos, por tanto, la Gracia para elegir bien con la seguridad de no equivocarnos. Es el único y verdadero camino que el mismo Jesús nos invita a caminar siguiéndole. Pues, nos dice: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.
A los niños no se les pasa por la cabeza pensar que en los brazos de sus madres puedan estar en peligro. Jamás se plantearán que sus madres los suelten al vacío. Algo así debe suceder a los cristianos con respecto a su Padre Dios. Y ese sentimiento descubre y da la medida de nuestra fe. Evidentemente, en las misiones, sobre todo en esos países donde la amenaza de muerte está tras la puerta, la fe de los cristianos trasluce y transparente ese testimonio que transmite y manifiesta el saberse en manos de nuestro Padre Dios. En y con Él nada nos turbará ni nada nos faltará.
Dios, nuestro Padre, nos ha creado para siempre y para que seamos felices eternamente. Sería absurdo pensar que solamente fuese para unos cuantos años en este mundo. No sería un Padre tan bueno. Su Amor es Infinito y Misericordioso, y nos quiere felices para toda la eternidad. No se puede entender nuestra creación de otra manera. Está sellada en nuestro corazón y emerge en cada suspiro de nosotros mismos. ¡Lo llevamos dentro, lo sentimos y deseamos!
Sin embargo, aparece la contradicción. Por el pecado original no somos buenos hijos y nos rebelamos rechazando lo que nos propone Jesús, el Hijo de Dios, de parte de su Padre. Rechazamos la Buena Noticia que nuestro Padre Dios nos propone. Por todo ello, reconociendo nuestra esclavitud y nuestros pecados, pedimos al Señor que nos dé la fortaleza, la sabiduría y la voluntad de permanecer en el Amor Misericordioso que nuestro Padre Dios nos da y ofrece gratuitamente. Y, sobre todo, pedirle esa Gracia y confianza de sabernos seguros y confiados en sus brazos. Amén.
La duda, a pesar de nuestros reiterados intentos de escapar a su presencia, la tendremos siempre presente en nuestro camino por este mundo. Es incansable y aprovechará cualquier debilidad o situación favorable para recordarnos que está a nuestro lado y dispuesta a entablar conversación. Está muy bien preparada y siempre presentará argumentos que hagan zozobrar nuestra barca. Es experta en levantar tempestades y situaciones que nos hagan desviarnos de nuestro rumbo natural para el que hemos sido creados.
Es normal que nos suceda eso y que estemos dispuestos en cada paso de nuestro camino a ser probados y tentados. Necesitamos demostrar que nuestra fe es firme y está bien apoyada. Por eso, tenemos que saber donde apoyarla, si sobre arena movediza - el mundo - o sobre Roca firme - Jesús - que nos ha dejado a su Iglesia para acompañarnos y fortalecernos.
Hoy podemos comprobar que Tomás, aquel discípulo con serias dudas, fue precisamente liberado de sus dudas por la comunidad donde estaba apoyado. Aquellos compañeros le apremiaron a creer en sus testimonios, pues, ellos habían visto al Señor. Y, Tomás no tenía mala intención, sino la necesidad de desterrar esas dudas que le impedían fiarse del Señor, de ese Señor que él había conocido y que había visto aparentemente derrotado y crucificado en la Cruz. Porque, la Cruz sin la Resurrección es el fracaso de los fracasos.
Por la Gracia del Señor, que sabe lo que se dilucídaba en su corazón, Tomás tuvo la oportunidad de comprobar lo que exigía comprobar, y su respuesta ya la sabemos. Léela y medítala en el Evangelio. Es más se repite en cada Eucaristía que se celebra. Sin embargo, las dudas pueden seguir amenazándonos y exigiéndonos que afirmemos nuestra fe. Por eso, necesitamos pedirle al Señor que no nos deje caer en las manos del mundo, demonio y carne y que nos dé siempre la fortaleza de apoyarnos en su Palabra. Porque, Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.