La oración es el vehículo que nos pone en intimidad con el SEÑOR. Son nuestros impulsos que, saliendo del fondo de nuestro corazón, y movidos por el ESPÍRITU SANTO, nos pone en hilo directo con nuestro PADRE DIOS.
También, orar es la contemplación activa, hagamos lo que hagamos, de vivir cada momento del día en presencia del SEÑOR. Creo que cuando permanecemos injertados en ÉL estamos en constante oración, las veinticuatro horas del día, incluso durante el sueño.
Y es normal que estando en su presencia no necesitamos nada más, pues creo que ni nos acordaríamos. Pienso en el caso de Maria, como quedó anonadada a los pies de JESÚS escuchando sus Palabras. Pienso en Zaqueo, su conversión al estar junto a JESÚS. Pienso en la Transfiguración de Pedro, Juan y Santiago... JESÚS mismo nos invita a la meditación, a la oración y al ayuno, y ÉL mismo nos enseña con su ejemplo.
Y pienso también en los discípulos de JESÚS cuando estaban con ÉL. Estando con ÉL no hace falta ayunar, pues ÉL lo es todo. Sin embargo, en espera por su segunda venida, y ante los peligros que nos acechan hasta llegar a ÉL, se hace necesario orar y ayunar.
Porque la oración y el ayuno son vitales y muy necesarios para mantener nuestra integridad y perseverar en sus mandatos. Sabemos de la presencia del ESPÍRITU SANTO, pero también experimentamos la debilidad de la carne y de las tentaciones del Maligno. Y, para vencer en esta lucha, necesitamos la oración y el ayuno confiados en la acción del ESPÍRITU SANTO.
Pidamos, pues al SEÑOR que nos de paz, sabiduría y fortaleza para no desesperar y ser perseverantes en mantenernos unidos en la oración y el ayuno. Pronto vendrán los días de la Cuaresma donde necesitaremos, ¡siempre!, pero la Iglesia nos lo recuerda para que no se nos olvide, ejercitarnos en la oración, la limosna y el ayuno, porque necesitamos estar preparados para la segunda venida del Esposo.
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