El camino no es nada tranquilo porque en él hay tempestades y tormentas. Tempestades y tormentas que me inquietan y también atormentan mi vida. Mi libertad exige pruebas y dificultades que exigen probar mi fe. No tendría sentido que todo fuese claro y llano. ¿Para qué entonces libertad? La libertad exige responsabilidad, elección y riesgo. Pero, sobre todo, fe. Fe en Aquel que nos viene a salvar y a hablarnos del Amor que nos tiene el Padre.
Por eso, la intranquilidad y los tormentos no son mala señal, y hasta cierto punto necesarios. Ellos nos hacen madurar y prepararnos para fortalecernos y confiar en el Señor. Y para necesitar de la Gracia del Señor y de su curación. El ejemplo de hoy nos habla de un endemoniado que, curado, sigue los pasos del Señor proclamando la maravilla que Jesús ha hecho en él.
También nosotros estamos llamados a proclamar las maravillas que el Señor va haciendo en nosotros. También nosotros estamos llamados a proclamar como el Espíritu de Dios nos va guiando, fortaleciendo y sosteniéndonos en la fe. También nosotros debemos dar gracias a Dios por todo lo que hace cada día en nuestra vida y por como nos va guiando contando con nuestra libertad puesta en sus Manos. Porque necesitamos abrirnos a la Gracia del Espíritu Santo para, en sus Manos, seguir sus pasos e impulsos.
Pidamos que tengamos la sabiduría de buscar al Señor y pedirnos que nos limpie. Que nos dé un corazón limpio y abierto. Un corazón sin dobleces, sin segundas intenciones, sin malicias. Un corazón transparente, suave, bueno, bien intencionado y justo. Un corazón capaz de reflejarle en todos los actos de nuestra vida y capaz de contagiar a todos aquellos que se acercan a nosotros.
Señor, que seamos capaces de transmitirte a todos aquellos que se acerquen a nosotros reflejándote en nuestras humildes y pequeñas acciones. Amén.
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