Somos humanos y, cuando decimos eso damos por sentado que nos reconocemos débiles y pecadores. "Yo soy humano" solemos decir cuando vivimos un fracaso o nos vemos imposibilitados para superar cualquier contrariedad u obstáculo. Sí, sabemos de nuestras debilidades y nuestras esclavitudes.
Sería muy malo ignorarlas y desconocerlas. Por eso, es bueno conocernos y eso nos exige reflexionar y tratar de vernos y estudiarnos. De alguna forma eso es hacer penitencia, es decir, ver donde fallo y cuáles son mis puntos flacos o más débiles. Porque, conociéndolos, estaremos en disposición de corregirlos. Sólo aquello que se conoce se puede, tanto amar como rectificar.
Y en eso consiste nuestro camino, camino de perfección. Es decir, ir corrigiéndonos todos nuestros defectos y pecados. Para ello, reflexión y disponibilidad para corregirlos y superarlos. Y eso nos descubre que necesitamos la presencia del Señor y su Gracia. Sólo no podemos perfeccionarnos. Por eso necesitamos la penitencia y el sacrificio. Penitencia de revisarnos y confesarnos débiles y pecadores, y sacrificio para irnos corrigiendo y superando.
La oración es fundamental, porque ella nos fortalece y nos relaciona con el Señor. Pero también la Eucaristía contemplativa y como alimento espiritual de nuestra alma. El Reino de Dios ha llegado con el Señor y en Él encontramos lo que necesitamos para alcanzar la Misericordia del Padre. Pidamos esa Gracia sin parar. Que cada minuto de nuestra vida sea una constante plegaria para que nuestros actos glorifiquen y canten alabanzas al Señor.
Pidamos que nuestra fe, debilitada por el pecado, se sostenga firme en la oración, penitencia y sacrifico, y que cada día pueda ir superando las adversidades y obstáculos que se le presentan, con la esperanza de que el Reino de Dios está cerca. Amén.
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