Estamos acostumbrado a imaginar a Jesús siempre muy suave y muy blando. Hasta el punto que suponemos que sería imposible descubrir a un Jesús duro y enfadado. Hoy, el Evangelio nos quiere descubrir a un Jesús con una mirada de ira y apenado por la dureza de corazón al experimentar que aquellos hombrres no se compadecían del hombre enfermo.
La lógica humana y el sentido común nos hace comprender que el Señor, hecho hombre como nosotros, menos en el pecado, tuvo momentos seríos y de enfado. Sabemos que con Pedro tuvo también cierto enfado. Sin embargo, eso no nos inclina a dejar de ser misericordiosos y compasivos. Quizás, muchas veces el enfado y la seriedad nos conviene para apremiar a tomarse las cosas con responsabilidad y compromiso.
Pidamos al Señor en estos momentos que sepamos guardar en cada momento la actitud necesaria para hacernos respetar y proclamar con autoridad la Palabra de Dios. Una Palabra que exige ser vivida y realizada en la vida, para luego, si hace falta, ser proclamada. Pidamos al Señor que sepamos experimentar misericordia y compasión, y dolernos de aquellos que sufren y pasan necesidades por circunstancias ajenas a su voluntad o por intereses de otros que los oprimen y someten.
Pidamos ser fieles a su Palabra y crecer en la medida que dejemos entrar al Espíritu Santo en nuestro corazón para que nos llene de sabiduría, de misericordia, de compasión y de fuerzas para llevar a caba la misión que el Señor quiere y espera de cada uno de nosotros. Recemos todos juntos para que nuestras parálisis despierten y actúen según la Voluntad de Dios y que la ley quede sometida al beneficio del hombre y en función del hombre. Amén.
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