Sin lugar a duda, cuando uno quiere hablar con Dios necesita primero prepararse. Y, luego, tener actitud de hacerlo, porque nadie va a hablar con alguien sin deseos de hablar. Es, pues, necesario tener actitud humilde y estar disponible.
Porque sin humildad se interrumpe el diálogo, pues Dios no puede escuchar a un soberbio o suficiente. Le espera y aguarda a que esa prepotencia se abaje, porque solo en actitud de humildad puede establecerse una corriente de diálogo con el Padre del Cielo.
Porque el Padre nos respeta, nos ha hecho libres para tomar nuestras propias decisiones, y no interviene, si nosotros no queremos, en la elección que tomemos. Eso sí, está presto, atento, vigilante y disponible a acudir a nuestra llamada, ¡nos quiere mucho!, pero siempre respeta nuestra decisión. Así ocurrió con el hijo prodigo, tanto el menor como el mayor.
Para hablar con mi Padre he de, primero, ser humilde, vaciarme de todo aquello que me puede llenar de vanidad, de soberbia, de suficiencia... Ayunar de cosas que me distraen, que me apegan y despiertan mi egoísmo. Ayunar de mis proyectos, de mis deseos... Porque solo mi Padre sabe lo que me conviene para entrar en su Casa.
Llegado a este momento, sólo, después de Jesús, hay una referencia que nos alumbra y que, como una Madre, nos aconseja y nos acompaña. No puede ser sino María, la Madre llena de Gracia por su humildad: ...porque ha mirado la humillación de su esclava...
Implorando su intercesión, pidamos al Padre Dios que nos llene de su Gracia para inundarnos de humildad y, humillados como María, nos presentemos, ante su grandeza, como sus esclavos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario