Y danos un espíritu generoso. Crea en nosotros un corazón puro, limpio, nuevo, renuévanos por dentro con un espíritu firme; no nos arroje lejos de tu rostro, no nos quite tu Santo Espíritu; devuélvenos la alegría de tu salvación, afiánzanos con espíritu generoso. Enseñaremos a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a Ti.
Pertenecen estas estrofas a los versículos 12-15, del salmo 50 (51). Es el salmo de la Misericordia de Dios, por la que somos salvados y perdonados. Y reconocemos nuestra culpa, nuestras dudas, nuestras impotencias y debilidades. Somos frágiles y débiles y necesitamos la fuerza del Espíritu Santo para poder llevar a cabo nuestra misión según la Voluntad de Dios.
Por eso, al igual que los apóstoles, desconfiados, llenos de miedos, de dudas que nos impiden reconocer al Señor, dejémonos interpelar por su Palabra, por sus manos y cuerpo, por su presencia sentado a la mesa con cada uno de nosotros y partiéndonos el pan.
Hoy, domingo, día del Señor, reconozcámoslo en la Eucaristía, donde nos parte su pan y nos invita a la mesa. Igual que hizo con los Apóstoles, hoy lo hace con nosotros. Nos da su presencia, su cuerpo, se hace alimento para nuestra vida, y nos fortalece en nuestra fe. Amén.
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