La resurrección no es solo algo que sucedió con Jesús hace 2000 años y que
nos sucederá a cada uno de nosotros alguna vez en el futuro, después de nuestra
muerte, cuando nuestros cuerpos sean resucitados a una vida nueva. Es mucho más.
La Resurrección es algo que nos anima en cada momento de la vida y en cada
aspecto de la realidad. Dios está siempre generando nueva vida. Envuelve esa
vida con una bondad, gracia, misericordia y amor que, al final, cura todas las
heridas, perdona todos los pecados y lleva la muerte en todas sus facetas a una
vida nueva.
Sentimos este poder de la Resurrección en los momentos más ordinarios de
nuestra vida. La Resurrección, entendida en su sentido más profundo, se
manifiesta inconscientemente en nuestra vitalidad, en lo que llamamos “salud”.
Es la sensación, si bien vaga, de que es bueno estar vivo. La misma estructura atómica
del cosmos siente y percibe este poder de la Resurrección. Por ello, este poder
– como nos sucede a nosotros cuando estamos sanos—nos impulsa constantemente
hacia adelante, sostenido por una esperanza originaria que se encuentra en la
estructura fundamental de todas las cosas.
Cierta vez un amigo me envió una tarjeta de Pascua que concluía con el
siguiente reto: “¡Ojala dejes atrás una
larga cadena de tumbas vacías!”. Ese es mi deseo de Pascua y mi reto para
todos nosotros, que nuestras voces heridas y antes apagadas, comiencen a cantar
nuevamente: ¡Cristo ha resucitado! ¡La vida es muy, muy buena! ¡Felices
Pascuas!
Desde la Soledad del Sagrario
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