Siempre que lo digo, me sitúo ante ti, mi Señor y mi |
y mis fuerzas se derrumban ante la impotencia de no poder hacer nada. Me experimento débil e incapaz de cumplir con mis deberes y me pesa ser justo y solidario. Me es más fácil cumplir con ciertas normas y dar muy poco de lo que incluso me sobra, y prefiero, porque Tú lo sabes todo, no tratar de engañarme y aparentar para mostrarme como un buen creyente delante de los demás.
Por eso, Señor, me esfuerzo en acercarme a Ti; me esfuerzo en hablar contigo; me esfuerzo en recibirte a diario, porque verdaderamente te necesito. Sé que Tú puedes hacer el milagro de convertir mi egoísta corazón en un corazón despegado, dado y generoso. Y sé que, como un Padre bueno, Tú quieres que tus hijos sean así.
Por eso no pierdo la esperanza y confío en tu Misericordia. Te pido fuerzas para no desfallecer y estar siempre a las puertas de tu Sagrario, pendiente de tu respuesta. Sé de tus silencios, de tus respuestas tardías, de tu paciencia sin límites, pero sé también, todos los que te han seguido me lo han enseñado con sus vidas, de tu generosidad y amor.
Nada malo me puede suceder contigo. Mejor, solo cosas buenas me esperan, porque Tú, Padre bueno, no me puedes dar otras cosas sino cosas buenas. Por eso esperaré, esperaré como el ciego Bartimeo, como el paralitico de la piscina de siloé, como la mujer cananea o los diez leprosos que corrieron detrás de Ti. Esperaré, Señor, confiado en tu Palabra y tu Amor. Amén.
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