(Lc. 11,27-28). Es como decir: ¡Viva tu madre! Pero resulta que el
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porque de qué me vale hablar contigo, decirte cosas bonitas, ofrecerte muchas oraciones, susurrarte al oído y prometerte amor si no miro para el que tengo al lado y no procuro verte a Ti en él. ¿Qué pretendo? ¿Engañarte?
Pobre de mí si eso, a pesar de no darme cuenta, es lo que estoy haciendo. Porque lo importante es quererte diciéndotelo en el hermano. Aquel hermano o hermana que se concreta en mi mujer, en mis hijos, en mis hermanos, en mi familia; aquel hermano/a que se concreta en los compañeros del trabajo, de la diversión, de la comunidad eclesial...
¡Claro!, eso yo solo no puedo conseguirlo. Para eso necesito tu ayuda y por eso necesito pedir. Pedírtelo hasta suplicarte que me des la Gracia de poder convertir mi corazón para amar de esa forma y a esas personas que se entre mezclan en mi vida. Quiero ser inoportuno por mi insistencia, Señor, y cansarte de tanta súplica.
Dame, Señor, la luz que alumbre a los que viven y se acercan a mi vida. Hazme bombilla que siempre esté encendida y de calor y que los que se arriman buscándola te vena a Ti y no perciban mi persona. Amén.
1 comentario:
Pues sí Salvador, si no hay caridad, no hay nada que hacer.
Un abrazo.
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