En estos días he escuchado gritos y llantos de un corazón desconsolado ante la noticia de la enfermedad… esa invitada que llega a nuestras vidas sin nadie llamarla. Que llega casi siempre cuando la vida nos sonríe esplendorosamente… con planes, ilusiones, meta a largo y corto plazo para desarrollar.
La enfermedad llega con todas sus consecuencias… porque nunca viene sola. Rompe no solo con nuestro ritmo de vida sino también con la de nuestras familias… Todo se trastoca. Llega la incertidumbre, la angustia, el miedo y en muchos el pánico. La soledad…porque hay momentos en que estamos rodeados de seres queridos pero nuestra alma experimenta una fría y creciente soledad. Llega la incomprensión… ¡oh, sí!… el lenguaje se hace difícil de expresar y de entender. La tristeza, la depresión, al ver pasar los días… todo se va complicando… y el milagro de la sanación no hay señales visibles…
La enfermedad es la cruz, pequeña o grande, más indeseada., incomprendida. Para unos… motivo y camino de santidad…para otros motivo de perdición, de volverse agriados e insoportables con la familia…con ellos mismos.
Conozco algunos casos que ante la desesperación optaron por acabar drásticamente con sus vidas sumergiendo a la familia en el dolor más profundo y angustioso al temer por la salvación de su alma.
No…no… jamás desviar la mirada de la voluntad divina. ¡BENDITA ENFERMEDAD!! ¡Amada enfermedad que nos lleva a alcanzar la gracia de preparar nuestra alma para el regreso a casa… si ese fuera el caso. Bendita enfermedad que nos hace apóstoles, misioneros, intercesores desde nuestra pequeña cruz por la salvación de los pobres pecadores empezando por los nuestros…por nosotros mismos.
¿No te das cuenta?… Abrazados a esta nuestra cruz podemos convertir la enfermedad en un continuo, siempre en creciente, oración de reparación… nuestro dolor reparando la ingratitud humana hacia el Dador de Vida, hacia el Amor gratuito de nuestro Padre Celestial. Podemos reparar el cansancio de un misionero, la débil voluntad del joven ante la tentación, el ultraje a la dignidad humana en tantos niños, jóvenes y mujeres… derogar leyes injustas como el aborto, la eutanasia, y otras… ¡Hay tanto que hacer!
Somos pequeños mártires… ¡Oh, sí! Mártires del Amor y por Amor a Dios y a los hermanos… Aceptamos nuestra pequeña cruz de la enfermedad como la novia que va con santa alegría al altar…culminando en el lecho matrimonial… Así vamos al altar del martirio y en este altar nos vamos a ofrecer con santa alegría en exquisita oración…, desposándonos con el Varón de Dolores, nuestro Amado Jesucristo…uniendo nuestra pequeña pasión a la Pasión de Cristo… lo ofrecemos todo… TODO… por la salvación de las almas…porque Dios y la Mater reinen a gusto en los corazones de toda la humanidad….
Nos convertimos en colaboradores de esa redención actualizada con nuestro amado Redentor Jesucristo.
Enfermo… eres rico… vive apasionadamente tu misión de mártir mientras dure la enfermedad. No te dejes cegar por el egoísmo, por los argumentos del enemigo de las almas. Si Dios te pide ese dolor de muela convertido en oración de amor… haz lo. Si Dios te pide ese dolor de artritis con santa alegría, ofreciendo todos los más pequeños dolores físicos y morales… haz lo… Si Dios te pide los dolores de la enfermedad terminal… esa que te hace temblar de pies a cabeza, que te arranca lágrimas y sentimientos encontrados… haz lo… piensa en el bien que haces a los tuyos… a los pobres pecadores… Date al gusto de Dios y a la forma divina.
Recuerda que en ningún momento he dicho que no sigas buscando la sanación… tienes derecho a buscarla… pero sin dejar de perder la oportunidad de convertir el momento precioso, en uno rico, para vivir hasta las últimas consecuencias, porque, TODO ES GRACIA Y SIRVE PARA LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS.
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