Soy débil, Dios mío, no permitas que me... |
No nos puede embargar más gozo que aquel de sentirse amado y perdonado por el Padre Dios. Porque es nuestra mayor aspiración. Amar y ser correspondido es lo más grande que aspira el hombre, y Dios nos ama hasta el punto de, a pesar de no ser correspondido, esperar toda nuestra vida a que cambiemos de opinión.
No nos quiere de palabra, sino que nos lo demuestra con hechos. Toda su vida ha sido una entrega total a esta misión, imposible para el hombre, pero posible para Dios. Signos, gestos, obras y una paciencia sin límites son testimonios de su amor. Su Palabra nos lo describe como una búsqueda incesante. Él nos ama primero, desde siempre, y nos continúa amando sin esperar nuestra elección.
¿Se puede desear algo mayor? ¿No colma ese amor incondicional todas nuestras aspiraciones y deseos? ¿Cómo, entonces, podemos rechazarlo?
Señor, Dios mío, ten piedad y misericordia de mí, que sé que la tienes, porque tus Palabras y tu vida me lo demuestra, y me invitan a fiarme plenamente de Ti. Acógeme y dispone de mi vida, porque soy tan pobre, tan mísero, tan pecador, que temo perderte y rechazarte por mí ceguera y mi debilidad.
No dejes que el mundo, el demonio y la carne me separen de Ti, y aunque sé que Tú así lo deseas, toma mi vida, yo quiero devolvértela porque es Tuya, para que mis miserias y pecados no puedan quitártela. Amén.
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