Abre mis ojos, Señor, para que pueda verte como mi Señor y Creador. Padre Eterno que me das la vida y me perpetúas eternamente en plenitud de felicidad y gozo por tu Amor Misericordioso, que jamas podré entender hasta que Tú, Señor y Padre mío, me permitas comprender.
Por eso, Padre, sintiéndome pobre, pequeño y humilde ante tu grandeza y poder, y confundido por la Inmensidad de tu Amor y Misericordia, postrado a tus pies, te suplico que me des la fuerza de perseverar en la fe y seguirte con firmeza y voluntad.
Sé que no es fácil, y que habrá que vencer muchos contratiempos y dificultades. Nuestro cuerpo es una cárcel que nos somete y esclaviza, y la lucha es constante. Nuestra humanidad nos tienta a cada momento, y cada instante de nuestra vida es una lucha constante. Sin Ti, Señor, estamos perdidos y a merced del poder del demonio. Necesitamos tu Gracia para salir victorioso de esta constante lucha.
Ilumina nuestro corazón para que podamos verte, Señor, y seguir tus pasos. Juan Bautista nos señaló tu presencia, y nos mandó a preguntarte si Tú eres el que habías de venir. Y con tu venida el Reino de Dios se ha establecido entre nosotros. Porque contigo, Señor, la vida florece y recobra su sentido. Todo vuelve a nacer y a ser nuevo.
Transforma nuestro corazón viejo, sometido y esclavizado al pecado, en un corazón nuevo, lleno de vida y de esperanza de una vida en plenitud y eterna. Una vida donde florece el amor y la verdad, y donde la paz reina entre los hombres. Esperamos, Señor, que llegue ese momento donde Tú establecerás definitivamente tu Reino. Y, hasta entonces, danos la Gracia de saber esperarte. Amén.