“Hijo mío, Yo te conozco a perfección, no tienes que tratar de... |
Pero nunca acabo de entenderte, y cada vez me encuentro con más aspectos desconocidos de Ti. No sé si soy yo, que soy torpe y lento en entender, o Tú que eres inmenso y no llego a abarcarte. Me inclino por lo último, porque queriendo estar cada día más cerca de Ti, experimento que estoy más lejos, pues siento que no sé si he empezado a entenderte un poquito.
Después de mucho tiempo he empezado a comprender eso de amar a los enemigos. Estoy de acuerdo en una cosa, que es la mayor propuesta que jamás hombre alguno ha propuesto. ¡Amar a los que les aman no tiene gran mérito, pero amar al que te fastidia y te perjudica, e incluso al que te persigue y busca hasta tu muerte, es harina de otro costal!
Una cosa acabo de entender hace poco tiempo. Yo no podré nunca lograr ese amor que Tú propones. Pero empiezo a darme cuenta que Tú lo que quieres es tenerme siempre a tu lado. Sabes que solo contigo puedo alcanzar tal meta, y eso me obliga a depender de Ti, a estar siempre en tu búsqueda, a seguirte a todas partes, a pedirte, una y mil veces, que me des las fuerzas para perdonar.
¿Y sabes una cosa?, no se está mal contigo. Empiezo a experimentar gozo, alegría y paz. Me dejas opinar, me escuchas, me aconsejas, me comprendes, me perdonas, tienes paciencia conmigo, me acompañas, me das libertad. ¡Hasta lloras y te ríes con mis penas y alegrías¡ ¡Resulta que al final soy yo quien decido lo que hago!, sin embargo, me doy cuenta que cuando decido yo, las cosas no me salen también.
Por eso me gusta que Tú decidas, que Tú me guíes. Da resultado, y me gusta. Sí, empieza a gustarme tu compañía, y sin darme cuenta, hace ya unos cuantos meses, cerca de un año, que me paso una hora contigo todas las semanas. También no dejo de visitarte ningún día, pues me alimento con tu Cuerpo y tu Sangre a diario. Y me siento bien. ¡No está mal!
No me importa que no pueda entenderte. Creo que incluso me gusta que sea así. De esa forma siempre soy sorprendido, estoy expectante, atento a recibir una sorpresa. Me gusta que seas grande, inmenso y hasta poderoso. Me siento seguro contigo. Casi no le tengo miedo ni a la muerte, porque Tú me has prometido la vida eterna.
Por eso me gusta llamarte mi Dios, mi Padre del Cielo, y cada vez más me siento más contento y orgulloso. Creo que te has empeñado en amarme, y yo todavía no me he dado cuenta o no lo entiendo bien. Espero y confío que me lo hagas entender algún día.
Hasta luego Padre.
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