Un día me olvidé de ti, Señor. Un día me olvidé de amar |
Porque siempre te estoy diciendo lo mismo. Imagino la cara que pondrás, pues siempre con la misma canción, pero es que no encuentro otras palabras. Necesito de Ti, Dios mío, porque me cuesta amar, amar a tu estilo, a tu manera, a tu darte y entregarte.
Me es más fácil acudir a la Eucaristía. A veces se me va el santo al cielo, me distraigo, y cuando termina no tengo ningún compromiso. Y si lo hago, pronto me olvido, o no lo cumplo porque mis fuerzas fallan, no tienen memoria. ¡Ya ves, Señor, soy un desastre!
Me da vergüenza, y siento miedo presentarme ante Ti. Ese sentimiento es lo que me hace sentir miedo a la hora de mi cita, de mi muerte: "No ir cargado de obras de amor". Sí, llevaré muchos rosarios, muchos padre nuestro, muchas reuniones, muchas reflexiones... ¿pero son realmente obras de amor?
No lo sé, Señor, pero es lo que tengo y lo que puedo darte. Eso sí, quiero ofrecértelo sin regateos, de forma sincera, en verdad y con todo el amor que pueda. Espero y tengo esperanza que las acepte, y, solo tu Gracia, puede transformarlas en frutos de amor verdadero.
Porque no entiendo tu muerte. No puedes morir para dejarme sólo ante el peligro, pues Tú sabías y sabes cómo soy y lo que puedo dar. Con tu muerte me transformas y haces todo mi obrar oro puro, buenas obras. Por eso, Señor, tengo confianza en Ti, y sigo adelante confiado en que Tú, cuándo quieras, cómo quieras, y donde quieras, puedes convertir mis panes y peces, en alimento de buenos frutos para todos.
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