Son
tres Personas diferentes, pero un sólo Dios. Uno y Trino. Así nos lo ha
presentado Jesús, el Hijo, y por sus méritos hemos sido redimidos al
rechazar, nuestros primeros padres, la primera Alianza que el Padre hizo
con ellos.
No
hemos querido, perdónanos Señor, aceptar la oferta de felicidad del
Padre de permanecer en el Paraíso gozando de su presencia. Hemos
rechazados la Alianza de bodas con Él. Lo hemos dejado plantado.
Pero
el Hijo, voluntariamente y por deseos del Padre, ha aceptado la misión
de hacerse hombre y, naciendo como nosotros y viviendo como nosotros,
nos ha revelado quién es nuestro Padre Dios, y, obediente a Él, ha dado
su vida por cada uno de nosotros, obteniendo con eso los méritos para
nuestro perdón y redención.
Pero,
perdonados y redimidos, hay un desierto, con sus peligros y
tentaciones, que recorrer. Y no se presenta fácil. Es más, solo nosotros
nos sería imposible. Necesitamos ayuda, guía y fortaleza; consejo e
inteligencia, sabiduría y paciencia; entendimiento, ciencia y temor de
Dios.
Eso
nos viene dado por la Tercera Persona, el Espíritu Santo que, ascendido
a los cielos Jesús, se ha quedado Él para asistirnos en nuestro
peregrinar hacia, de vuelta, a la Casa del Padre.
Por
eso, decimos: Ven Espíritu Santo, llénanos de tu Espíritu y guíanos por
caminos de salvación, para que con tu luz y fortaleza nunca nos
perdamos, ni dejemos que en el desierto de nuestra vida sucumbamos a las
pruebas y tentaciones que el demonio nos prepara. Amén.
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