Es que mi corazón no deja entrar al Espíritu Santo, y, por lo tanto, no irradia su Luz ni su Verdad. Porque Jesús nos lo dijo, y su Palabra siempre se cumple. Algo falla en mí que no permite que el Espíritu Santo haga su obra en mí, porque esa es su misión y para eso ha sido enviado.
Ser sal y luz yo sólo no puedo, porque la luz no está en mí, me viene de Dios, mi Padre, a través de Jesús, mi Redentor. Y quien me acompaña guiándome con esa Luz es el Espíritu Santo, quién me asiste, me aconseja, me ilumina, me fortaleza y me infunde sabiduría.
Solo en Él puedo llevar a cabo la obra que Dios, mi Padre, quiere en mí. Por eso, si esa obra no la realizo es porque estoy fiándome de mis fuerzas y haciendo mis proyectos, y no los de Dios. Debo, pues, replantearme esos interrogantes y reflexionarlo en presencia del Espíritu.
¡Padre!, ¿qué ocurre en mí? ¿Acaso pretendo, incluso sin darme cuenta, hacer lo que yo creo, y no dejo actuar en el Espíritu en mí? ¿O por el contrario busco que Tú Voluntad coincida con la mía, y cuando no es así, me rebelo?
¡Padre!, te pido luz y sabiduría para dejarme llevar por la acción del Espíritu, y ser lo suficientemente humilde para dejar pasar tu Luz, por tu Gracia, a través de mi ser opaco, pequeño e inútil. Amén.
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