- Pues bien, lo que Dios ha unido no lo separe...
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tan cerca y no los veo o no tomo conciencia que en ellos tengo mi salvación. Porque todo aquel que de la vida por otro alcanzará su propia salvación. Y qué mejor que dar la vida por aquella persona con la que te has comprometido para toda tu vida. Es ella tu propia tabla de salvación.
Porque amándola estarás dando cada día tu vida por ella, y ese amor que irradias en ella se transmite y propaga hacia los demás. Es la levadura que fermenta la masa familiar, y de la familia a los vecinos, y de los vecinos al barrio y del barrio al pueblo.
Claro, dado sin intereses, sin pretensiones, sin aplausos, sin centralidad, sin agasajos, sin homenajes ni fama. Sencillamente, con humildad, en silencio, en lo escondido, en lo pequeño, mirando solamente al Padre Dios, porque es Él el único público que me interesa y al que quiero agradar.
No hay, salvo ordenes contraria, salir de esa simple y fundamental comunidad. Amar hasta que la muerte nos separe, con entusiasmo, con alegría, en actitud de servicio y caridad. Ofreciendo todo como incienso en ese altar del tálamo donde nuestros cuerpos son unidos de forma inmortal. Realmente, ¡qué cerca está el camino de nuestra salvación!
E irremediablemente ese amor se expenderá al resto de la comunidad familiar, a los frutos de ese amor conyugal que son los hijos, y de ahí no tendrá final hasta expandirse por todo el universo. La levadura ha fermentado en la masa, y de un simple amor nacido entre un hombre y una mujer, el Amor del Padre Dios se expande por todo el universo.
Realmente, es lógico, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Amén.
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